miércoles, 19 de septiembre de 2012

Leyendo con un café


Leyendo con un café

Tengo una cafetera que se le despegó el asa. Está nueva pero ya no venden piezas sueltas. El pasador que sujeta la tapadera, se perdió y ahora está  suelta, no encaja como antes.

 Cuando empieza a subir el café, espurrea, no como un aspersor en mitad de un trigal, pero lo intenta. 

Para retirarla del fuego y servirte tienes que liarla en un paño de cocina gordo.  

Después de comer, tatareando una soleá, preparo un cafelatto a compás. Me gusta echarlo en los vasos de cristal que tienen el culo gordo, y que si no le pones una cucharilla dentro, pueden reventar como el lagarto de la Magdalena. 

El mantel, la servilleta… y el libro abierto;  la ventana enmarca un cielo lleno de momentos. Y como si fuera de dibujos animados, llega el aroma envuelto en una nubecilla con forma de taza humeante, sólo falta la miloja de chocolate, la de las mil calorías, capaz de borrar cualquier amargor que pudieras tener.

Sale hirviendo, me gustaría tomarlo así, como lo hacía Valle-Inclán que no se quemaba, pero como estoy operado de las anginas, no puedo. Un amigo lo intentó y le cambió hasta la voz, porque dice que se le chumascó la campanilla. Pero lo de escribir, sigue igual.

Es mejor soplar cada vez que te acerques la taza. El de la campanilla le sopla ahora hasta al café con hielo. 

Poco a poco, voy paladeando cada palabra de este Calderón de la Barca, más que  café, más que palabras:

Con asombro de mirarte,
con admiración de oírte,
ni sé qué pueda decirte,
ni qué pueda preguntarte;
sólo diré que a esta parte
  hoy el cielo me ha guiado…



1 comentario:

Encarni dijo...

José, me hubiera gustado escucharte, con ese tono de voz al recitar, jeje. Pero me conformo con leerte, que siempre es un disfrute.

Un abrazo.