miércoles, 21 de noviembre de 2012

La pasión






Sudoroso y con los ojos vidriosos, soltó el bombo y se dejó caer en un banco de la destartalada estación de ferrocarril. A sus sesenta años bien cumplidos por fin había conseguido su máxima ilusión.
Atrás quedaron años de frustración e ilusiones quebradas, nombres y más nombres de héroes que nunca llegaron a serlo; mientras él, por ese tortuoso camino, se había dejado un matrimonio y un trabajo estable a cambio de un bombo, una chapela y la zamarra roja con el número doce.

Manolo, con toda su humanidad desparramada sobre el banco de la estación, llora al recordar ese memorable momento y cómo la emoción le impidió gritar con todas sus fuerzas: ¡Gol! ¡Campeones!  

No hay comentarios: