domingo, 18 de noviembre de 2012

Los osos no salen.




Pasaba más frío que un caracol pegado a un espejo, tanto que ni el calor del brasero, ni la calefacción, ni la manta que se echaba sobre las rodillas eran suficientes, quiso entrar en calor bailando unos tangos ¡ ay,ay,ay! . Suficientes no fueron, siguió pegado como una lapa a las enagüillas de la mesa camilla.
No se podía retirar del brasero, tenía que ir al baño, perezoso, friolero, indeciso, se plantó delante del espejo haciendo un poder que no sabe de dónde le vino la fuerza para llegar. Sacó la lengua y dijo ¡Aaaaaaa!, para comprobar si estaba entrando en hipotermia. Luego hizo un estiramiento de brazos, que como le pillaba en frío, se le montó un tendón, un muslo sobre muslo o lo que fuera. ¡Ayyyyy!

Empezó a despotricar contra el cambio climático, las ondas magnéticas y los alimentos transgénicos. Paró el autobús de línea en la parada de su puerta, escuchó el ruido metálico de los frenos viejos, el quisssss de las puertas y el quissssiera ser del Dúo Dinámico.

El Sol también estaba helado, apenas asomaba, y cuando lo hacía era con unos rayitos que no calentaban. La última mosca superviviente del verano, con un par, todavía hacía acto de presencia, aunque sus movimientos ya no eran los de agosto, cuando se permitía acercarse hasta la punta de la nariz, claro exceso de confianza.

La magia de ir creando, desde que te acuestas y a lo largo de toda la noche, una calidez de origen totalmente natural, incluidos los vientecillos sonoros de levante, porque hay que levantarse un poco; es un arte, saberse tapar, darse la vuelta sin que haya ninguna fuga de calor, quitarte la pelusilla del ombligo... El problema es que llega a su punto máximo de confort cuando suena el despertador. Si decides salir del edredón, se acabó. Los osos no salen.

En fín, eso es lo que tiene no vivir en mejores latitudes. A los frioleros del mundo me dirijo, pensó mientras se miraba los pelillos de la nariz, tendríamos que ir preparando tiragitos para la lumbre de San Antón, quemar todo lo que no, que no, y lo que no que si parece, pero no es, para ver si podemos…, mientras el vino, las rosetas, cachito de pan con su choricillo y morcillilla, y su camisú y sus melenchones... Tú tienes la culpa, la calidez de una mirada de pestañas largas no se puede pintar.

Con el poeta  también te digo ya no te quiero, no. Pero cuánto te quise. Sólo cuando escuche el roce de una estrella con el infinito, podré escribir tu nombre… sin sonreír. Gracias.

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