viernes, 2 de noviembre de 2012

No era superticioso



Estaba lleno de supersticiones en las que no creía, eso no impide el que lleve siempre encima un hueso de pollo protector, un trozo de madera por si alguien dijera algo inconveniente  y hubiera que tocarla inmediatamente, echar el pie derecho por delante, tirar agua por la ventana si se rompiera un vaso, y como amuleto genérico una petaca llenita de anís  Castillo de Jaén, que vale para todo. 

El Día de los difuntos tiene que ir al cementerio y entonces es vulnerable a todo. Cogió el autobús de línea y nada más subir escucha la conversación de los que están junto a él, diciéndole uno al otro, mientras señalaba el sitio que ocupaba él , que justo donde está este hombre venía el año pasado, y ya ves...

¡Qué barbaridad!, era lo único que decía nuestro personaje mientras rebuscaba en sus bolsillos, nervioso el antídoto a semejante casualidad… sacó la petaca de anís, le dió un tiento que se tuvo que aflojar el cinturón.

El conductor, que iba con prisas, dió un frenazo,  nuestro personaje se quedó con mal cuerpo,  la segunda rotonda la tomó como el látigo de atracción de feria. Del resto ya no se acuerda. Pero los que estaban le oían decir algo del malfario.

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